miércoles, 30 de noviembre de 2011

TIEMBLA MI MEMORIA

Por fin quietas. Mis piernas habían temblado toda la tarde. Pasé las horas en el tocador de mi habitación, mientras repasaba con un lápiz negro mis cejas, pintaba los labios de rojo carmín y bebía un vaso de leche caliente. Los trazos de la pintura habían rebasado todos los límites que marcaban la frontera de mis arrugas y sin saberlo había dibujado una ceja en la nariz, coloreado mi barbilla y había usado el vaso de lapicero. Mis manos seguían temblando. En compañía de mi enfermedad, solo nos teníamos la una a la otra. Aunque ya no recuerdo su nombre.

viernes, 11 de noviembre de 2011

EL CÍRCULO

Y nada más existió hasta el último tren. Y nada existiría después de éste. Porque solo pasaba uno cada día. Los mismos pasajeros subían y bajaban, veinticuatro horas después, como si hubieran viajado en círculos. Cuando regresaban, pisaban el andén despeinados. Caminaban con cierta inclinación centrípeta y confundían las maletas y los hijos. En alguna ocasión algún viajero descendió del tren vestido con ropa de mujer. Yo solo hacía sonar mi silbato una vez al día, mientras sujetaba el gorro de jefe de estación con fuerza, para que el viento no lo arrastrase hacia la curva infinita de aquella vía.

jueves, 10 de noviembre de 2011

IMAGINO

Voy a imaginar que no eres,
por ejemplo, que ya no eres,
dentro y fuera de mi.

Voy a imaginar que el sol ha robado tu sombra,
y tu reflejo,
cuando éramos dos.

Voy a imaginar que te sopló el viento,
o te borró la lluvia,
o que te escribí tan suave.

Voy a imaginar que no me quieres,
infinito de nadas que vacían mi lugar
en el que dormiste una vez.

Voy a imaginar que tu voz no existe,
ni mi nombre en tus letras,
qué bonito mi nombre en tus letras.

Voy a imaginar que no tienes piel para acariciar
las heridas de tus disparos,
y las heridas de los besos.

Voy a imaginar que no vivo en tu abrazo,
demasiado grande
o demasiado pequeño

Voy a imaginar que no sufres,
y que te ríes de otro color,
y caminas de puntillas, y ya no eres.

Voy a imaginar que no me puedes ver
cuando bailo delante de ti. No me ves,
cuando vuelo encima de ti
como si fuese nube y tú, árbol.

Voy a imaginar que no me sueñas
y que no te sueño,
porque podríamos encontrarnos yo en ti y tú en mí,
sin haberlo soñado.

Voy a imaginar que no te imagino.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

DIEZ MINUTOS

Por fin estamos solos. No sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hablamos. ¿Doce años? ¿Trece? No te voy a reprochar nada. Todo lo que has hecho mal, ya lo sabes. Tampoco te voy a recordar como el padre que no atendía a mis gritos, que te buscaban.. ¿Recuerdas cuando me enseñaste a montar en bicicleta? Me decías que pedalease con fuerza, que tú estabas detrás, justo detrás de mí, muy cerca de mí… Pero no era verdad. Yo estaba pedaleando solo, y permitiste que bajase aquella cuesta… y las gafas… mi cara…. Aún tengo aquella cicatriz en el ojo. Al final solo me quedan cicatrices de ti. Me he sentido culpable desde que te fuiste. A los doce años es muy pronto para perder a un padre. Es demasiado pronto para sentir. Porque aún no sé lo que hice mal para que nos abandonases. A lo mejor no pedaleé con la fuerza suficiente para que te quedases con nosotros ,y por eso sentí que me caía otra vez, y que en realidad nunca habías estado detrás, justo detrás de mí. ¿Recuerdas nuestra seña secreta? Cuando mamá me castigaba tú hacías un guiño y así el castigo era más llevadero porque sabía que estabas de mi parte. Cuando llegué borracho a casa miré tus ojos pero no encontré la señal. Los miré durante tanto tiempo que al final vomité de soledad. Y ahora …qué quieres escuchar... ¿Que te perdono? ¿Qué ya no te odio? Entiendo el amor papá. Me voy a casar, ¿sabes? A lo mejor por eso puedo estar hoy aquí. Porque conozco el amor. Ella es como un medicamento sin efectos secundarios. Me cura todo lo bueno y todo lo malo. A su lado no existe el dolor. Ni siquiera tu dolor. Ojalá la pudieses conocer. Es mejor que tú, mucho mejor que tú. El doctor me ha dicho que durante diez minutos me podrás escuchar. Que de alguna manera podrás entender todo lo que te estoy diciendo. Solo diez minutos. Es lo único que me has dejado de tu tiempo. Y aquí estoy, papá, mientras intento susurrar los últimos doce años de mi vida, porque parece que si te lo cuento así, bajito, las palabras entrarán en tu cuerpo frío deslizándose hasta tu corazón. He vivido tanto tiempo sin ti, que me resulta imposible soportar el dolor de vivir el resto de mi vida de la misma manera. ¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo papá? ¿Por qué no me confesaste que estabas solo y que aquella mujer te había abandonado..a ti también…? No me queda mucho tiempo… han pasado casi ocho minutos… Cuando entré en el hospital sabía todo lo que te iba a decir… quería que murieses de odio, que cada uno de los últimos segundos de tu vida se convirtiesen en una caída al vacío, porque sabía que no podrías hacer nada para evitar escuchar todo lo que había planeado en un discurso que ha durado más de doce años. Y ahora, ahora que estás aquí, muerto, inútil, desnudo… ahora es cuando te empiezo a querer otra vez. Tarde, papá, siempre tarde. ¿Qué hago con este amor ahora? ¿Qué hago con este peso de quererte tanto? Tendré que ser fuerte, ¿verdad? Porque lo voy a sujetar el resto de mi vida. No voy a permitir que se me caiga. Te quiero. Te quiero tanto que estoy sangrando por todas tus cicatrices. Y te querré siempre, aunque tu siempre se haya terminado. Verás por mis ojos. Seré tu latido. Y le contaré a tus nietos, papá, que una vez, me enseñaste a montar en bicicleta.

viernes, 4 de noviembre de 2011

RISA MORTAL

Ayer se murió mi suegra de un ataque de risa. Como no podíamos soportar ver su rostro, sus ojos abiertos como si hubiese fallecido de un susto, ni su mandíbula desencajada sobre una boca tan abierta que en ella cabrían todos los insultos que me profirió durante su vida, la enterramos boca abajo. Así, si algún día se despertase, pensé yo, la mujer excavaría en la dirección equivocada.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA CITA

Las ocho en punto. Las ocho y diez segundos. Las ocho y treinta segundos… Martín había consultado su reloj diez veces durante el último minuto. Había quedado con ella en la puerta del cine Capitol. Las ocho y cuarenta segundos. Aún no llegaba tarde. Martín entendía que tarde implicaba presentarse en la cita quince minutos más allá de la hora acordada..El hombre mordía un trozo de regaliz cada vez que consultaba la hora en el viejo reloj que había heredado de su padre.

Paseaba de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, la puerta del cine. Una, dos, tres, cuatro, cinco baldosas. Se giraba, y volvía sobre sus pasos: una, dos, tres, cuatro, cinco baldosas. Miraba la hora, masticaba regaliz, y contaba otra vez. Un poco después inventó una regla diferente: al pisar la baldosa número cinco, tenía que juntar los pies y girar de puntillas para recorrer, de nuevo, el mismo camino.

Las ocho y cinco minutos. En ese momento el hombre decidió que iría al baño. De esa manera parecería que era él el que llegaba tarde.
Martín entró por el acceso principal del cine y buscó el aseo de caballeros. De cuclillas, comprobó que no había nadie detrás de cada una de las puertas de los retretes. Metió una mano en su pantalón para colocar un testículo que se había deslizado fuera del calzoncillo con tanto paseo.

Se acercó al espejo hasta que la punta de su nariz sintió el frío del cristal, sonrió, y comprobó la salud de su dentadura: incisivos limpios, molares y premolares en perfecto estado. No había restos de regaliz. Hizo lo mismo con su aliento y colocó la mano sobre su boca. Le pareció aceptable.
Se dio cuenta entonces que su barbilla estaba presidida por un pequeño grano de pus, que rascó con las uñas hasta que lo hizo desaparecer, dejando las huellas de la batalla bajo un poco de saliva, que bien desinfecta, pensó.

Las ocho y doce minutos. Inclinó la cabeza hacia delante y se frotó el pelo con las manos para que las últimas partículas de caspa cayesen sobre el lavabo.
Frente al espejo, levantó una ceja mientas improvisaba un discurso en voz alta:
-Me tienes que perdonar. Un informe de última hora. Ya sabes, los puestos de responsabilidad sufren tantos imprevistos…¿te apetece comprar palomitas o entramos ya en la sala?

Martín salió del aseo a las ocho y cuarto. La calle estaba desierta. Era tarde. Quince minutos de retraso. Comenzó a llorar, inmóvil, mientras deseaba que su cuerpo se borrase como hacía la lluvia con la las letras escritas en la arena.

Entró en el cine y se dirigió a la taquilla.

-Una entrada para la sesión de las ocho y veinte, por favor.