miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA CITA

Las ocho en punto. Las ocho y diez segundos. Las ocho y treinta segundos… Martín había consultado su reloj diez veces durante el último minuto. Había quedado con ella en la puerta del cine Capitol. Las ocho y cuarenta segundos. Aún no llegaba tarde. Martín entendía que tarde implicaba presentarse en la cita quince minutos más allá de la hora acordada..El hombre mordía un trozo de regaliz cada vez que consultaba la hora en el viejo reloj que había heredado de su padre.

Paseaba de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, la puerta del cine. Una, dos, tres, cuatro, cinco baldosas. Se giraba, y volvía sobre sus pasos: una, dos, tres, cuatro, cinco baldosas. Miraba la hora, masticaba regaliz, y contaba otra vez. Un poco después inventó una regla diferente: al pisar la baldosa número cinco, tenía que juntar los pies y girar de puntillas para recorrer, de nuevo, el mismo camino.

Las ocho y cinco minutos. En ese momento el hombre decidió que iría al baño. De esa manera parecería que era él el que llegaba tarde.
Martín entró por el acceso principal del cine y buscó el aseo de caballeros. De cuclillas, comprobó que no había nadie detrás de cada una de las puertas de los retretes. Metió una mano en su pantalón para colocar un testículo que se había deslizado fuera del calzoncillo con tanto paseo.

Se acercó al espejo hasta que la punta de su nariz sintió el frío del cristal, sonrió, y comprobó la salud de su dentadura: incisivos limpios, molares y premolares en perfecto estado. No había restos de regaliz. Hizo lo mismo con su aliento y colocó la mano sobre su boca. Le pareció aceptable.
Se dio cuenta entonces que su barbilla estaba presidida por un pequeño grano de pus, que rascó con las uñas hasta que lo hizo desaparecer, dejando las huellas de la batalla bajo un poco de saliva, que bien desinfecta, pensó.

Las ocho y doce minutos. Inclinó la cabeza hacia delante y se frotó el pelo con las manos para que las últimas partículas de caspa cayesen sobre el lavabo.
Frente al espejo, levantó una ceja mientas improvisaba un discurso en voz alta:
-Me tienes que perdonar. Un informe de última hora. Ya sabes, los puestos de responsabilidad sufren tantos imprevistos…¿te apetece comprar palomitas o entramos ya en la sala?

Martín salió del aseo a las ocho y cuarto. La calle estaba desierta. Era tarde. Quince minutos de retraso. Comenzó a llorar, inmóvil, mientras deseaba que su cuerpo se borrase como hacía la lluvia con la las letras escritas en la arena.

Entró en el cine y se dirigió a la taquilla.

-Una entrada para la sesión de las ocho y veinte, por favor.

2 comentarios:

  1. Un claro ejemplo de la inseguridad qué nos provoca la soledad. Esa ansiedad qué provoca la espera del protagonista , ese afán por aparentar desidia ... He llegado a sentir su angustia ante ese plantón en toda regla.
    Me encanta la capacidad de transmitir sensaciones, siempre desde mi más humilde punto de vista. GRACIAS por estos buenos momentos.

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