sábado, 26 de febrero de 2011

NANA PARA MAÑANA

Cántame una nana para que duerma
y sea la niña, otra vez
arrullada en la melodía
de tus versos asonantes

Cántame bajito, como soplando
las velas de la tarta
de mi treinta y dos cumpleaños
pero sin el tres

Que me acunen tus palabras
y curen estas cicatrices de ahora
y las futuras que aún no duelen,
aún no queman,
aún no sangran

Cántame una nana para que no maduren
el rencor, el odio, la osadía, la ira,
que germinan muy adentro
como la mala hierba o la maleza

Pero no te quedes siempre
porque quiero otro febrero
que arranque de mi almanaque
el frío de alguna mirada

Quiero otras piedras que no esquive
y me azoten fuerte en las piernas
para no poder caminar
con este bastón que ahora conozco

O el ruido de la puerta que se cierra
y golpeo con mis puños también cerrados
para hacer estallar en mil pedazos
el abismo que no quiero

Cántame una nana para que despierte.
Mañana

MALOS SUEÑOS

Te prometí que nunca más volverías a tener pesadillas, y que yo mataría monstruos por ti.
Pasé la noche a los pies de tu cama, mientras luchaba con mi espada contra ogros, dragones y bestias negras cubiertas de pelo.
Cuando apareció la sombra de mi silueta bajé las armas. No me podía hacer daño. No quería.
Comenzaste a llorar mientras dormías. Yo era tu peor pesadilla.

LA LLAMADA

Marcó el número de su sicóloga con los síntomas de la adicción al amor todavía en la sangre.
-Hola, ¿Elena? Soy Miguel, no sé si te das cuenta, estuve ayer en tu consulta…-dijo el hombre mientras intentaba coger el teléfono sin que le temblase la mano.
-Lo siento, no…
La mujer que contestó la llamada sujetaba una maleta-de-viaje-sin-billete-de-regreso.
-Elena, sé que no son horas para llamar a nadie, pero necesito hablar contigo, ha vuelto a suceder. La he visto otra vez.
-Disculpa, creo que…-contestó la mujer para intentar zanjar la conversación
-Escucha, no sé qué hacer, estoy destrozado. ¡Estuvo en mi casa!, Sentada en la butaca blanca del salón. Estaba leyendo…¡como si nada! Creo que era un poemario de Benedetti o algo así. A ella le gustaba mucho la poesía, ¿sabes?. Me la recitaba en alto antes de acostarnos. Yo fingía que me interesaba, pero nunca la aprecié, bueno, la literatura en general, ya sabes…lo mío son los coches y los amigos. Ahora pienso que debería de haberla escuchado. ¡Mierda Elena! ¡ Por qué no le presté atención cuando leía!
-Bueno, es mejor que te tranquilices…
La mujer suspiró mientras se sentaba sobre la maleta para intentar apaciguar a su desconocido interlocutor.
-¿Pero cómo quieres que me tranquilice? ¡Estaba en mi salón! ¡Leyendo! Te juro que era ella. Me estoy volviendo loco. Intenté decir algo. A lo mejor se quería quedar conmigo. No sé. Creo que fue todo demasiado rápido- dijo Miguel mientras recorría una y otra vez el pasillo de su casa con pasos rápidos.
-Escucha, no sé por qué estaba esa mujer en tu salón, pero…
-¿Y yo? ¿Crees que yo lo sé? ¿Crees que puedo vivir pensando cada minuto del día en que ella puede volver a aparecer? ¡Me dejó solo! ¡Tirado como un perro¡ ¿ Y ahora? ¿Ahora tengo que esperar a que aparezca cuando le de la gana? No Elena, no puedo seguir así…Creo que ayer tenías razón, le voy a decir que no venga más.
-Mira, no sé…a lo mejor tendrías que cambiar la cerradura de tu casa…-contestó la mujer mientras se ponía el abrigo.
-Sí, eso haré. Cambiaré la cerradura. Y después esperaré a que regrese .Voy a llamar al trabajo para decirles que no iré en toda la semana. Además, creo que ella llevaba las llaves de casa el día del accidente, eso podría explicarlo todo.- aclaró el hombre mientras buscaba en su agenda el número de teléfono de su empresa.
-¡Ah! ¡Pobre! ¡Un accidente!-exclamó la mujer
-Sí Elena, te lo conté ayer. ¿Recuerdas? Salió con el coche. Conducía borracha. Y también te conté lo de la policía. Y la nota que llevaba en el bolsillo, esa que decía “vamos a ser tres Miguel”. Y que no la pude reconocer. Su cara…Dios mío..su cara..no la pude reconocer..
Miguel apretó los puños mientras sus lágrimas recorrían un rostro que ya conocían de memoria.
-No sabía…Lo siento…
-Pero creo que eso es lo mejor. Sí. La esperaré. Y le diré que se vaya para siempre. Que la quise con toda mi alma. Le diré eso. Que la seguiré queriendo siempre. Pero que ya no podemos leer juntos por la noche.
-Te deseo lo mejor entonces…
-Gracias Elena. Muchas gracias. Siento haberte llamado a estas horas…Adiós
-Adiós.



La mujer permaneció sentada sobre la maleta durante unos minutos, con el teléfono aún en la mano, mientras su marido la observaba a pocos metros de distancia sin el valor suficiente de mirarle a los ojos.
-¿Quién era? Pensé que te habías ido ya…¿Estás segura de lo que haces? Diez años juntos…¡Diez! Te lo ruego…Deja esas maletas. Podemos volver a empezar…-suplicó el hombre mientras caminaba despacio hacia ella.
La mujer colgó el teléfono y dejó caer el abrigo al suelo.
-Abrázame…-contestó.

jueves, 24 de febrero de 2011

BRISA

Guardó aquel susurro en el vacío de su memoria. Fue tan solo un recuerdo, como un delfín varado en una playa desierta. Como un mar infinito llenando su soledad. Lo prendió con un imperdible en su corazón. Porque las palabras también sangran; porque en ocasiones, salvan.

Micro encadenado escrito por Cristina Calduch, Raquel Romero y Berta Roca

martes, 15 de febrero de 2011

ENTRE ALGODONES

Alargó el tiempo noventa veces entre sus manos como si de nubes de algodón se tratase. Se murió dulcemente, mientras dormía, a causa de una repentina subida de azúcar.

jueves, 10 de febrero de 2011

VICEVERSA

Abrí los brazos en forma de cruz. El polvo de la caja en la que había dormido durante doce meses me hacía cosquillas en la nariz. La luz de la Navidad parpadeaba en mis ojos entreabiertos: blanco, azul, rojo, blanco, azul, rojo.

La primera bola que los abetos colgaron de mi dedo pulgar me molestó. Me pasa todos los años. Después, nudo a nudo, los adornos inspiraron melodías de villancicos sin escribir, que tantas veces tarareé en ese sucio y húmedo trastero.

-Ahora no te muevas. ¡Voy a colocar una estrella enorme sobre tu cabeza!- me dijo el más grande de los dos con voz triunfal.

Mientras mis pies sostenían una docena de regalos de todos los tamaños y colores, dos abetos robustos brindaban por el año nuevo, y una bola roja brillaba en mi nariz al son del chiquirritín.