domingo, 23 de octubre de 2011

TRIÁNGULO

-Has asesinado a mi familia. ¿Por qué querría vivir? Eres un cobarde, oculto tras el narrador, como si la historia no fuese contigo-reprochó el personaje al autor en la página ciento cincuenta de la novela.
-¡No permitiré que tomes decisiones!-contestó el autor en el mismo folio.
El personaje se suicidó un párrafo después, saltando al vacío de los capítulos sin escribir.
El narrador hizo las maletas en cuanto se enteró de la muerte del protagonista, y desapareció de la novela en la página ciento cincuenta y uno.
El autor había sido desterrado por su propia obra.

lunes, 17 de octubre de 2011

LA MÁS BONITA

― ¿Tienes fuego?― preguntó el espejo mágico al dragón mientras sujetaba un pitillo entre sus dedos en el interior del cristal.
Cuando la princesa vio su cara derretida en aquel reflejo quemado, bajó corriendo los trecientos pisos de la torre más alta del castillo para buscar un lago en el que contemplar con certeza que era la mujer más bella del reino.
En su desesperación fue atropellada por una calabaza gigante tirada por varios ratones del tamaño del dragón pirómano, y el alma de la princesa voló, hermosa, junto a decenas de perdices que no fueron comidas aquella noche.

domingo, 16 de octubre de 2011

LA ÚLTIMA HORA

Son las doce horas, un minuto, y quince segundos. Yo no la maté. Un hombre sin rostro sujeta mis brazos a la silla con dos correas de cuero. Ella se retorcía bajo mi cuerpo. Cierro los ojos eléctricos en una habitación sin color. No recuerdo su nombre. Había sugerido que el sexo duele. Que la pasión asesina con placer. Siento la primera descarga desde la cabeza mientras quema mis huesos, la piel muerta, hasta el último latido de mi corazón. Son las doce horas, un minuto y quince segundos. Es la hora de mi muerte.

sábado, 15 de octubre de 2011

GERANIOS DEL PARQUE

-Siendo las seis horas, del día trece de octubre, del año mil novecientos noventa y ocho, y estando presentes la mayoría de propietarios del inmueble, da comienzo la reunión de la comunidad de vecinos de la calle “Geranios del parque”, portal número siete.
El presidente de la comunidad era un hombre antiguo, de unos doscientos años. Vestía trajes de corte imperial, copiados del atuendo que grandes duques usaban en las fotografías que aparecían en las enciclopedias sobre la Historia de Madrid que él coleccionaba. Su vocabulario era tan antiguo como su pajarita, pero le divertía adornarlo con refranes coloquiales que anotaba en servilletas de papel, por orden alfabético.
-¡Que se cambie el nombre de la calle!
La señora Asunción medía metro y medio, estimado con joroba y en semicírculo, porque hacía mucho tiempo que no caminaba erguida. A pesar de esto, nadie conocía, hasta el momento, su silencio.
-Señora, eso ya se habló en la última reunión, y en la anterior, y en todas las reuniones a las que he asistido como presidente de esta comunidad en el último año. Y una vez al año no hace daño. El ayuntamiento no ha accedido a nuestra petición. Y punto en boca.
-¡Que se cambie el nombre de la calle y que me bajen la mirilla de la puerta de mi casa! No veo quién sale del ascensor. ¿Y si abro pensando que es el portero e intentan forzarme?-dijo la señora Asunción mientras dirigía su oratoria al suelo del portal.
-Ya le gustaría…-replicó sin fuerza la propietaria del cuarto A. Era una joven ingeniera que residía en el elegante inmueble desde hacía un par de meses. Solo se sabía de ella que no usaba el ascensor y que, calculado por el presidente de la comunidad, por cada dos palabras que ésta decía, cambiaba su larga melena rubia de hombro. De derecho a izquierdo, de izquierdo a derecho…
-¡Silencio! Un poco de orden por favor- exclamó el presidente de la comunidad con los brazos en alto, dejando entrever los volantes de los puños de su camisa-A ver, señora Asunción, la calle se va seguir llamando “Geranios del parque”, le guste a usted o no. Procedamos entonces, que en boca cerrada no entran moscas. Primer punto del orden del día: El olor de la pastelería. Queja presentada en tiempo y forma mediante una carta sin remitente.
-Vamos a ver-la joven cruzó los brazos bajo su escaso pecho-esta queja la he presentado yo porque así de ninguna manera puedo seguir mi dieta, con este olor a bollos de leche y pan recién horneado. He hablado con la pastelera de la tienda, sí, la de la esquina, y me ha dicho que si todos estamos de acuerdo, pues claro, que ella tendrá que hacer obras y cambiar la salida de humos de la cocina, pero que le parece ridículo. Eso dijo. A mí me hace la vida imposible. Me despierto por las mañanas con el estómago lleno de olor a azúcar. Mi dietista fue tajante: so-lo-pro-te-í-nas.
Después de cambiar su melena de lado una decena de veces, colocó las manos sobre las caderas.
-A mí me hace sonreír. Me gustan los pasteles
-A mí me hace sonreír. Me gustan los pasteles
En el tercero A residía un matrimonio octogenario que con el paso del tiempo se había mimetizado de tal manera que resultaba imposible distinguir al uno del otro. Medían lo mismo, vestían del mismo color, se cortaban el pelo cano de la misma manera, y hablaban con voz y eco sin saber quién había comenzado la frase y cuál de los dos la había repetido. La señora Asunción solía decir que uno se había quedado con el cerebro y el otro con la lengua.
-A ver, señores. Que los que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición-dijo el presidente mientras sujetaba las gafas de cristales redondos con los dedos índice y pulgar de su mano derecha- Si a los vecinos del tercero A, a los que obviamente les llegan los olores de la calle antes que al propietario del cuarto piso, no les resulta molesto, tendremos que votar el asunto. Yo, como propietario del primero B, ni siento ni padezco, que para eso mis ventanas dan al patio de luces y no me entero de lo que sucede en la calle.
-¡Que se cambie el nombre de la pastelería!-gritó Asunción.
-Señora, no estamos tratando ese tema. La pastelería que se llame como considere la propietaria del negocio. No me haga perder la paciencia. Procedamos. Votos a favor de que la pastelera de la tienda de la esquina reforme la salida de humos de la cocina.
En ese momento alzaron su mano la señora Asunción y la joven ingeniera, que, con un movimiento perfecto de cabeza, cambió su melena de hombro.
-Yo voto en contra, y los propietarios del tercero A también. Así que hay empate.
-¡El portero ha levantado la mano!-exclamó la vieja
-Señora Asunción-explicó con voz sosegada el presidente-está limpiando los cristales del portal, y como comprenderá, al no ser propietario, no tiene voto. Como decía, hay empate en la votación.
-En contra
El cacareo de la reunión de vecinos enmudeció al escuchar la voz de un joven que subía las escaleras del viejo edificio de dos en dos. La elegancia de la fachada del inmueble se había prolongado hasta el traje que vestía, hecho a medida. Sus zapatos de color burdeos cegaron la vista de la Señora Asunción, que durante unos segundos, los primeros en toda su vida, no supo qué decir.
-Voto en contra.
Lo dijo mientras se peinaba un mechón rubio con los dedos de la mano abiertos.
-Adoro el dulce. Mi madre, cuando era pequeño, cocinaba las mejores tartas de manzana del mundo. Disculpen la intromisión. Soy Teo, el nuevo propietario del cuarto B. Espero no haber interrumpido la reunión.
La joven ingeniera, vecina del apuesto inquilino, resbaló su espalda por la pared hasta sentarse en el último escalón del portal.
-Me encanta el chocolate-dijo la mujer, hipnotizada-Las natillas. El cabello de ángel. Las torrijas recién hechas. El hojaldre relleno de nata. Y la tarta de manzana…¡qué puedo decir de la tarta de manzana! ¡es mi favorita!
-Podría invitarla en alguna ocasión entonces a la pastelería de la esquina-susurró el joven mientras mostraba una sonrisa tímida.
-¡En contra!- exclamó la joven poniéndose en pie de un salto.
-Se da por finalizada la reunión, siendo las siete horas del día trece de octubre, del año mil novecientos noventa y ocho, con la decisión mayoritaria de no solicitar las obras de reforma de la salida de humos de la pastelería de la esquina-exclamó el presidente de la comunidad mientras cerraba la carpeta que contenía la documentación del orden del día-Y arreando, que es gerundio.

sábado, 1 de octubre de 2011

DESEO

Un helado. Un helado de chocolate. Solo una bola. Sobre una galleta crujiente. El calor es insoportable esta mañana. Las aceras se derriten bajo mis pies. Camino despacio como si con cada paso mis sandalias se confundiesen con el hormigón. Como si el peso del verano agrietase el suelo gris. Imagino el sabor del chocolate líquido que acaricia la galleta. Usted no debe probar el azúcar, no debe oler el azúcar, el azúcar es una palabra que ha desaparecido de su vida. La doctora se expresa con la misma firmeza que un juez dicta su sentencia. Mi vida salada. Pero hace demasiado calor. Un helado con trocitos de chocolate entre mis dientes. Y después una sonrisa marrón. La diabetes que padece puede generar una posible ceguera, pérdidas de conocimiento, problemas cutáneos …el azúcar nunca ha existido en su vida, ¿lo ha comprendido? Lo he entendido con claridad doctora. No puedo respirar. Las gafas de sol resbalan sobre mi nariz. Soy la última en la cola de la heladería. Siento el sudor que recorre mi cuello. Gotas de agua se deslizan por mi escote para unirse con otras que acarician mi barriga y se transforman en ríos que desembocan en mis muslos salados. Miro hacia abajo. Estoy de pie sobre la parte de mi cuerpo líquida que abandona la materia que soy. Y que ya no soy. Me acerco al mostrador. Un hombre procedente de cualquier país oriental me sonríe. No puedo adivinar el color de sus ojos. Un helado. Quiero un helado de chocolate. Comienzo a dar brazadas para flotar en el mar que me rodea. Una bola sola por favor. Padezco de diabetes, ¿sabe? El hombre se pone de puntillas para coger una galleta del mostrador. Una ola de calor y sudor lo eleva hasta la máquina del helado. Le entrego un billete de cinco euros mojado. Salgo del establecimiento y una bocanada de aire me quema la ropa. Mientras mi lengua acaricia el cacao frío, un deseo prohibido se libera lentamente, como un gas mortífero.