jueves, 10 de febrero de 2011

VICEVERSA

Abrí los brazos en forma de cruz. El polvo de la caja en la que había dormido durante doce meses me hacía cosquillas en la nariz. La luz de la Navidad parpadeaba en mis ojos entreabiertos: blanco, azul, rojo, blanco, azul, rojo.

La primera bola que los abetos colgaron de mi dedo pulgar me molestó. Me pasa todos los años. Después, nudo a nudo, los adornos inspiraron melodías de villancicos sin escribir, que tantas veces tarareé en ese sucio y húmedo trastero.

-Ahora no te muevas. ¡Voy a colocar una estrella enorme sobre tu cabeza!- me dijo el más grande de los dos con voz triunfal.

Mientras mis pies sostenían una docena de regalos de todos los tamaños y colores, dos abetos robustos brindaban por el año nuevo, y una bola roja brillaba en mi nariz al son del chiquirritín.

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