sábado, 3 de julio de 2010

EL SALTO

Sujetó las riendas a la altura del cuello del caballo uniendo las muñecas.

Su error había sido apostar con aquel salto una maternidad tardía en un cuerpo estéril para todo menos para la maternidad, porque tener hijos, pensaba, no se juega a lomos de un animal, ni se decide saltando una barra de metal. Pero era, al fin y al cabo, una decisión de una mujer soltera, y no le incumbía a nadie más que a ella la manera en que había decidido vencer el miedo de traer a un niño a este mundo.

Colocó los pies en los estribos y apretó las piernas ordenando al animal un trote lento mientras ella contraía sus muslos y levantaba la pelvis con un movimiento armónico y elegante heredado de la equitación inglesa.

Rodeó la pista un par de veces sin dejar de mirar el obstáculo que iba a decidir el resto de su vida. Había decidido enfrentarse a él con un galope rápido, frontal, perfectamente calculado, de la misma manera que se había enfrentado a todos los problemas importantes de su vida: un despido laboral, el cáncer de pecho de su hermana, y una historia de amor frustrada por la distancia.

El caballo alargó su trote al sentir el cuerpo de la mujer más tenso mientras ella pensaba que el sonido de las herraduras semejaba el toque de unas castañuelas flamencas.

Andalucía había sido el escenario del desamor. El caudal del Guadalquivir había crecido aquella primavera como consecuencia de las lágrimas de despecho por un hombre afincado a miles de kilómetros de distancia.

Los recuerdos se amontonaban en su cabeza mientras el caballo relinchaba, nervioso, tras haber rodeado la pista cinco veces más. El bocado le dolía al animal tanto como a la mujer la pérdida repentina de una hermana, niña y amiga a la vez.

¿Quizá el deseo de ser madre era una deuda contraída con ella?

Empujó las riendas llevando el peso del cuerpo hacia atrás hasta parar al animal a pocos metros del obstáculo. Espoleó con fuerza en sus costillas para que la orden de galope fuese inmediata.

El caballo arrancó lento, desafiando con timidez la barra que lo separaba de la otra mitad de la pista. La mujer lo animó con la fuerza de sus piernas, hasta que sintió que acompañaba al animal en su galope.

Cuando sintió el obstáculo a medio metro de la cabeza del caballo, se puso de pie sobre los estribos inclinando sus brazos hacia delante para aligerar la carga y agilizar el salto.

Durante décimas de segundos, y como si de una fotografía se tratase, la mujer quedó suspendida en el aire, con su melena negra despeinada, mientras diapositivas de su vida pasaban por su cabeza sin posibilidad de detenerlas: su primera fiesta de cumpleaños, el día que terminó sus estudios universitarios, la caja que contenía los elementos personales que guardaba desde el primer día de trabajo…

Cuando la imagen de un recién nacido apareció ante sus ojos, la mujer se asustó perdiendo el equilibrio y provocando que el salto del animal se frustrase al enganchar su pata trasera en la barra de metal.

Perdió el control de la montura y de las riendas, precipitándose sobre el suelo de la pista sin más daños que el dolor del hijo no nacido; de la deuda no resuelta.

Acostada, lloró por todas las guerras perdidas y ganadas, por los saltos frustrados y por el futuro incierto, mientras el caballo trotaba indiferente hacia su cuadra.

4 comentarios:

  1. Magnífico salto de calidad en tus textos.
    Un abrazo enooorme, amiga.

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  2. Gracias Raquelita!!!Un beso enooooooormeee hasta tu isla!!

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  3. muy bueno...me encanta la metafora, y que al final ella siente todo lo pensado, mientras el caballo es indiferente...

    me recuerda a los cuentos de Jorge Bucay, pero mas Bertaruñense

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  4. Genial Chets!! eres un creadordepalabras!! No he leído a Jorge Bucay..me lo apunto!! besote!!Berta

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